Si algo caracteriza a las investigaciones y descubrimientos del ser humano en cualquier rama del saber es es su afán totalizador, que lleva a concebir el conocimiento como una red de relaciones interdisciplinares procedentes de una matriz común. Prueba de ese interés es que el lapso entre la Naturalis Historia de Plinio el Viejo (s.I.) y la Encyclopédie de d'Alembert (s. XVIII) está plagado de obras de diversas materias que tratan de disponer el saber de manera organizada, de acuerdo a unos criterios metodológicos.
Los abogados Paul Otlet y Henry La Fontaine desempeñaron un importante papel en esta ingente tarea que los seres humanos se ceden sucesivamente a lo largo de las generaciones. Su aportación en este ámbito incide en el desarrollo del concepto "bibliografía", que tal y como indica la RAE, abarca la relación de libros sobre una materia concreta.
Otlet y La Fontaine querían constituir "el libro universal del saber", susceptible de experimentar modificaciones continuas de acuerdo al ritmo de avance en los diferentes campos de estudio. En 1914, el Instituto de Bibliografía ofrecía ya un catálogo universal. Cuatro años antes nacía la Oficina Central de la Unión de Asociaciones Internacionales, algo así como un macronodo del Internet del mundo de hoy. Entiéndase esto no en sentido centralista, sino como un punto de encuentro e intercambio entre los focos de conocimiento del planeta.
100 años después, los seres humanos podemos compartir de manera instantánea cualquier información sin que importe la manera en que se presente (una película, un poema o la resolución detallada de un problema matemático). Parece que el sueño no sólo se ha cumplido, sino que se han desbordado las expectativas. ¿Información+información=desinformación? Seguramente así sea, pues la capacidad de análisis y reflexión del ser humano funciona a nivel sensiblemente inferior a la velocidad de los acontecimientos y su publicación.
Conviene, en la medida de lo posible, mantener la cabeza fría y tener a mano las prioridades, recordar el motor de nuestras búsquedas. La vanidad de los grandes caracteres conduce al anonimato si nos vemos superados por nuestros propios intereses. Twitter, Facebook, LinkedIn son sólo la punta de un iceberg tecnológico que se está haciendo más específico y disperso cada vez. De lo que no cabe duda es de que constituyen fuentes de información para periodistas y usuarios.
Conviene, en la medida de lo posible, mantener la cabeza fría y tener a mano las prioridades, recordar el motor de nuestras búsquedas. La vanidad de los grandes caracteres conduce al anonimato si nos vemos superados por nuestros propios intereses. Twitter, Facebook, LinkedIn son sólo la punta de un iceberg tecnológico que se está haciendo más específico y disperso cada vez. De lo que no cabe duda es de que constituyen fuentes de información para periodistas y usuarios.
Para más información sobre Otlet y La Fontaine, el blog del Dr. Manuel Blázquez Ochando. La web "www.clasesdeperiodismo.com" se hace eco de la función actual de las redes sociales (son el presente, no el futuro) y ofrece diversos apartados al respecto.
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